La historia incorporó a Nelson Rolihlahla Mandela mucho antes de que falleciera ayer. La nación africana está más de luto que nunca, para despedir a quien fue su máximo referente internacional y un faro inapagable en la búsqueda de la paz, que mereció el premio Nobel en esa disciplina en 1993 por su esfuerzo por unir a blancos y a negros en su Sudáfrica natal. Con él se cierra una era, superada durante su vida casi en su totalidad gracias a su sacrificio. En sus 95 años fue testigo del paso de un país feudal y colonial a una potencia regional, de gran proyección y aliada a Brasil, Rusia, India y China en el Brics.
Mandela nació el 18 de julio de 1918 en Mvezo, un mínimo poblado de apenas 300 habitantes en el Transkei (costa este del país). Se lo llamaba Madiba, que es el nombre del clan de la etnia xhosa del que era miembro (también era nombrado Tata). Bisnieto de un rey, renunció al derecho hereditario a ser jefe de su tribu y se dedicó a ampliar la base política de las reivindicaciones de la raza negra ya durante sus estudios secundarios, al punto que fue expulsado de su colegio por participar en una huelga. A los 24 años se recibió de abogado, y al poco tiempo ingresó al Congreso Nacional Africano (ANC), el principal movimiento de lucha contra la opresión racial, sobre la base de principios socialistas, nacionalistas y antiimperialistas. Su estudio jurídico se abocó a asesorar a bajo precio a los ciudadanos negros sin representación legal.
En 1948, el gobernante Partido Nacional (integrado sólo por blancos) institucionalizó la segregación racial y creó el régimen del apartheid, contra el cual el ANC impulsó campañas de desobediencia civil y actos violentos aislados. La figura de Mandela creció entonces aceleradamente, y en 1955 (luego de haber estado tres años detenido) fue el principal redactor de la “Carta de la Libertad”, sustento ideológico contra el régimen. Desde entonces, fue uno de los principales enemigos políticos del Gobierno y uno de los objetivos de la persecución penal: apresado el 5 de diciembre de 1956, cumplió cinco años en cárcel.
Estaba en prisión cuando fue la masacre de Sharpeville (asesinaron a unos 70 sudafricanos negros), que derivó en la ilegalización del ANC, en la creación del Movimiento de Resistencia Africano y en el inicio de la lucha armada.
Poco tiempo estuvo luego Mandela en libertad: en 1962 fue condenado a cadena perpetua, de la cual cumplió 27 años en la cárcel (ver “El número...”), acusado de comandar el grupo Umkhonto we Sizwe (Lanza de la Nación), que realizaba violentos sabotajes, pero no ataques a personas. Fue el preso número 466 que ingresó en 1964 en la isla de Robben; de allí que fue identificado con el 46664.
La detención aumentó su prestigio, hasta llegar a ser el líder negro más importante en el contexto mundial, en la misma medida en que aumentaba la presión internacional contra el apartheid, encabezada por las Naciones Unidas, y se profundizaba el aislamiento diplomático del Gobierno blanco. En cárcel fue el ejemplo a seguir. En 1985, cuando llevaba 25 años preso, un régimen acorralado le ofreció salir del presidio bajo ciertas condiciones; lo rechazó con un pronunciamiento político: “¿qué libertad se me ofrece, mientras sigue prohibida la organización de la gente? Sólo los hombres libres pueden negociar. Un preso no puede entrar en los contratos”.
Cinco años después recuperó su libertad y retomó la actividad política, buscando la reconciliación nacional entre las distintas etnias. No fue un camino fácil por las disputas internas partidarias y la resistencia de importantes sectores a todo pacto con la minoría blanca, mayormente de origen holandés. Finalmente, la democracia multiétnica, sostenida en el respeto de las minorías y del otro (ese otro que tantas veces fue él), se impuso dificultosamente sobre las voces de división y expulsión de quien tenía otro color de piel.
Elecciones libres
El 10 de mayo de 1994 fue consagrado Presidente en las primeras elecciones libres en el país, secundado en las vicepresidencias por su antecesor en el cargo, el blanco Frederik Willem de Klerk, y por quien lo sucedió, el negro Thabo Mvuyelwa Mbeki. Un año antes de asumir, Mandela y De Klerk ganaron el premio Nobel de la Paz en forma conjunta por sus esfuerzos denodados por la integración racial y la anulación de todo tipo de segregación. Sus cinco años en el poder le permitieron consolidar sus planes de acercamiento étnico y plantear los primeros esbozos de una Justicia restaurativa para las víctimas de violaciones a los derechos humanos en su país, pero sin la persecución penal: en las Comisiones para la Verdad y la Reconciliación se buscó, antes que nada, establecer con certeza la tragedia ocurrida en el país. Los victimarios podían confesar sus crímenes y obtenían impunidad por sus actos. Las encabezó el arzobispo anglicano Desmond Tutu (Nobel de la Paz 1984), quien impuso el lema “sin perdón no hay futuro, pero sin confesión no puede haber perdón”.
Madiba recibió más de 250 premios y reconocimientos internacionales. Desde 2009, la fecha de su nacimiento es el Día Internacional de Nelson Mandela, declarado por la Asamblea de la ONU.
Tres matrimonios y seis hijos tuvo el líder antiapartheid. De Evelin Ntoko Mase se divorció en 1957, tras 14 años de matrimonio; tres de sus cuatro hijos fallecieron: la niña Makaziwe, a los nueve meses; Madiba Thembekili en 1969, en un accidente vial; y Makgatho Lewanika, de sida, a los 56 años. Sólo una niña sobrevive, a la que también llamó Makaziwe. Winnie Madikizela fue su esposa en los años de la cárcel de Robben. Se separaron en 1992 en medio de un escándalo: ella lideraba una célula violenta y fue acusada de crímenes de los que resultó absuelta. Sus hijas Zenani y Zindziswa son de este matrimonio. Su última esposa era Graça Machel, con quien disfrutaba la música de Georg Friedrich Händel o Piotr Ilich Tchaikovsky, que escuchaba en los atardeceres.
En junio de 2004, Mandela se retiró de la vida pública.